
Por Russell G. G. Arjona Tamayo
Queda evidente que nos aproximamos a un proceso electoral crucial. Sin embargo, el dilema central que percibo —tanto en mí como en muchos ciudadanos— radica en la incertidumbre sobre hacia dónde dirigir nuestro voto. La saturación de candidaturas, planillas y opciones en las boletas genera un desconocimiento casi absoluto sobre las propuestas y trayectorias de quienes aspiran a representarnos. En muchos casos, apenas logramos identificar a una o tres figuras entre la maraña de nombres, lo que diluye la esencia misma de una elección informada.
Por un lado, anticipo que esta contienda estará marcada por la movilización de grupos de poder, tanto los ya establecidos como nuevas facciones emergentes. Históricamente, en elecciones constitucionales, estos actores despliegan maquinarias para influir en el voto: desde el acarreo hasta la promoción estratégica de sus listas. Este fenómeno, aunque previsible, profundiza la brecha entre la política institucional y las demandas ciudadanas.
Por otro lado, existe un escenario revelador: si la afluencia electoral supera el 25% de participación, los partidos enfrentarían una paradoja incómoda. Quedaría al descubierto que sus estructuras, financiadas año con año con recursos públicos, no logran conectar con la base social, mientras que colectivos ciudadanos o candidaturas independientes —con menos presupuesto— demuestran mayor capacidad para movilizar a una cuarta parte del electorado. Sería un golpe simbólico al sistema.
Ante este panorama, la opción que nos queda es doble: observar con crítica los movimientos tácticos de la contienda y, al mismo tiempo, ejercer el voto con esperanza. Esperanza en que el sistema judicial fortalezca su independencia para garantizar equidad en los procesos. Esperanza en que la democracia evolucione hacia un modelo donde el peso de las ideas supere al de los recursos económicos invertidos en campañas.
En última instancia, votar —aun con desconfianza— es un acto de fe en la posibilidad de transformación. La verdadera victoria no será para quienes gasten más, sino para quienes logren demostrar que la democracia puede ser un instrumento de justicia, no un negocio.