Septiembre 04, 2021
Por UNAM
Cada vez más deciden su propio destino. Sin perder sus raíces, algunas mujeres indígenas han salido de sus comunidades, superado barreras, accedido a la educación y se desempeñan como abogadas, maestras, enfermeras, emprendedoras, o son lideresas en sus comunidades. Eso significa un cambio generacional.
La migración ha impactado las esferas de la vida de las comunidades originarias, además de la situación y los roles que hoy juegan. Ese fenómeno abrió la posibilidad de que accedan a otras posiciones, más allá de los trabajos domésticos; en suma, ha trastocado su condición.
Hoy, afirma Carolina Sánchez García, secretaria académica del Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad (PUIC) de la UNAM, también estudian y son proveedoras; algunas de ellas desempeñan nuevas actividades que antes eran sólo para los varones, y en ocasiones toman decisiones o administran los recursos que les envían sus maridos, quienes dejaron sus pueblos para ir a trabajar.
En esa población femenina “las situaciones que podemos encontrar son muy heterogéneas, pero lo que es claro es que ya no están solamente en el espacio doméstico”, afirma.
Para la académica Susana Bautista Cruz ahora es el momento de dejar de pensarlas como “marías” o como si fueran piezas arqueológicas o de museo, porque son personas que contribuyen al progreso del país. A ellas les debemos, por ejemplo, la transmisión de las 68 lenguas originarias que se hablan en México y que enriquecen nuestra cultura, o el conocimiento de la medicina ancestral y la relación espiritual con la Tierra.
Con motivo del Día Internacional de las Mujeres Indígenas, que se conmemora el 5 de septiembre, fecha instituida en el Segundo Encuentro de Organizaciones y Movimientos de América en Tiahuanaco (Bolivia), en honor a la lucha de Bartolina Sisa, guerrera aimara quien se opuso a la dominación colonial y murió asesinada en esa fecha de 1782, Sánchez García menciona:
Hay que aplaudir los logros alcanzados por los pueblos originarios y, de manera particular, por las mujeres, e impulsarlas a continuar su lucha para proteger y ejercer plenamente sus derechos.
Además, el Estado debe tener mayor compromiso con los pueblos indígenas y cumplir el marco jurídico nacional e internacional, de tal manera que se garantice que las políticas e instituciones hagan efectivos esas garantías que hasta ahora sólo se han quedado en el discurso. Las acciones son limitadas, porque a pesar de que sí se está haciendo algo en la materia aún es insuficiente, agrega.
Racismo, discriminación, abuso
En América Latina, según datos de la CEPAL, existen 42 millones de indígenas (59 por ciento son mujeres) pertenecientes a 522 pueblos originarios. En México, de acuerdo con datos del Censo de Población y Vivienda 2020, 6.1 por ciento de los hombres y mujeres de tres años y más habla alguna lengua indígena; es decir, siete millones 364 mil 645 personas: 48.6 por ciento son hombres y 51.4 mujeres, o sea, ellas son tres millones 783 mil, 477.
Sin embargo, esa cifra se incrementa en más de 11 millones de personas si se utiliza el criterio de autoadscripción, aquel en el cual la población se reconoce como perteneciente a un pueblo originario de nuestro país, aclara Carolina Sánchez.
Fuera de sus comunidades, las indígenas se enfrentan a problemáticas como no poder incorporarse a empleos que les permitan tener un ingreso y situación laboral mejores, dado que buena parte carece de formación educativa. “En ellas el analfabetismo se acentúa y hay algunas que son monolingües”.
A su condición de migrantes se suman vulnerabilidades que las colocan en una posición de desventaja. Además, se dan casos de trata de personas, sobre todo entre las jóvenes.
Sánchez García refiere que a esos abusos se añaden otros problemas, como la discriminación y el racismo. “Se les ha vulnerabilizado por una histórica falta de respuesta por parte del Estado; no hay una inclusión de estas mujeres, ni de sus pueblos, a un proyecto de nación. Tan solo la falta de acceso a la educación las pone en una situación de gran desventaja”.
No obstante que tradicionalmente se ha dado a la mujer el rol de madre y esposa, desafían costumbres y tradiciones con trabajo e implementando estrategias para acceder a la formación educativa. Algunas sostienen sus estudios universitarios empleándose como trabajadoras domésticas en centros urbanos. Ellas mismas replantean su condición y buscan modificarla, además participan en organizaciones que, incluso, también crean.
La educación cambia vidas
Susana Bautista Cruz estudió dos carreras de manera simultánea: Derecho y Letras Modernas. Tiene especialidad en Derechos Humanos y maestría en Derecho. Su vida académica la ha realizado en la Universidad Nacional, “de la que me siento muy orgullosa porque ahora también imparto la clase de Mujeres Indígenas en el PUIC”.
La académica, originaria de un pueblo mazahua y nacida en la Ciudad de México (porque las familias migran a las urbes en busca de mejores condiciones de vida y educación) es un ejemplo de los nuevos roles que desempeñan las indígenas.
Sin lugar a dudas la educación cambia vidas. “Fue muy importante que mi padre, campesino, y mi madre, trabajadora doméstica, contribuyeran a mi formación y la de mis hermanos. Gracias a su esfuerzo pude acceder a la educación universitaria”, relata.
Para cualquier persona eso es muy importante, y aún más para las mujeres del campo, en donde hay pocas opciones de modificar el rol que tienen al interior de sus comunidades. Un número importante se queda en el pueblo a tener hijos y trabajar el doble o el triple cuando los hombres migran y se deben ocupar hasta de la siembra.
Abogada de formación por la cercanía con su hermano mayor, quien también eligió esa profesión, y “porque mi padre nos inculcó la defensa de la tierra”, recuerda que durante sus estudios universitarios sufrió discriminación. “En casa sólo había para comprar un par de zapatos al año, y eran tenis; llegar a una facultad como Derecho, siendo mujer y usando tenis, no era bien visto”.
No obstante, superó ese problema con inteligencia. “Me daba cuenta de que la vestimenta es parte de la identidad de las profesiones, y así como un médico usa bata, un abogado también va confeccionando una identidad. Fui realista: los recursos eran insuficientes, lo entendí, acepté y asumí con responsabilidad, no sintiéndome mal. Había clases donde los profesores advertían que las alumnas debían usar falda y tacones; entonces me tenía que cambiar de grupo para estar en donde ese no fuera un requisito”.
Tampoco fui la única; tenía compañeros que todos los días usaban la misma camisa. Por supuesto, íbamos con la ropa limpia, e hicimos un gran esfuerzo para continuar nuestros estudios; éramos de los que siempre cumplían y teníamos buenas notas, recuerda la universitaria.
Hoy, opina, un cambio relevante lo han marcado las universidades interculturales en diferentes estados del país; eso ha permitido que la población de origen indígena pueda tener mayor acceso a educación superior. Es muy importante que existan medios e instituciones, así como la voluntad de hombres y mujeres para cambiar sus destinos, enfatiza.
Para que las niñas indígenas -quienes con frecuencia se hacen cargo de la crianza de sus hermanos menores- tengan mejor futuro, es importante que cuenten con las mismas oportunidades de educación que los varones, recalca la también integrante de la agrupación Escritores Mazahuas, donde difunde su cultura y la literatura en esa lengua.