Junio 15, 2022
Desde hace 72 años el ser humano ha atiborrado el planeta con basura. Para 2050, se pronostica que la producción de plástico y el manejo de estos residuos habrá generado más de 25 mil millones de toneladas, y la mayoría terminará en los océanos.
Jorge Feliciano Ontiveros Cuadras, investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL), explicó que la manufactura a gran escala de este material comenzó en la década de 1950, después de la Segunda Guerra Mundial.
Cincuenta y un por ciento de todo el plástico producido desde 1950 nunca ha sido reciclado y se ha desechado y acumulado en los ecosistemas. Treinta por ciento se encuentra en uso mientras que 12 por ciento ha sido incinerado, nueve por ciento se ha reciclado y casi 10 por ciento se ha reciclado en más de una ocasión. El problema crece con los microplásticos, partículas de un tamaño menor a cinco milímetros y que han sido clasificados como contaminantes emergentes debido a su amplia distribución en el orbe, sobre todo por las afectaciones negativas que causan en los hábitats terrestres y acuáticos.
Hay dos tipos de microplásticos: primarios y secundarios. Los primeros son fabricados de ese tamaño para su uso en productos de belleza, medicinas, artículos del hogar e incluso industrial. Los secundarios proceden de la fragmentación de la basura plástica o los macroplásticos que se degradan bajo la acción del oxígeno atmosférico, la radiación ultravioleta y la actividad bacteriana.
En el océano
Los plásticos, ya sean macro o micro, tienen diferentes densidades, lo que define su distribución y acumulación en el océano, explicó el académico universitario.
Los polímeros más densos que el agua de mar, como es el PVC o el PET, rápidamente se hunden y se depositan en el fondo marino, mientras que los menos densos como polietileno o el polipropileno flotan. Ambos son arrastrados a grandes distancias por las corrientes oceánicas.
La mayoría de esos plásticos se origina en los continentes y son arrastrados por los ríos hacia las costas del mar abierto. De hecho, se ha estimado que 80 por ciento de las emisiones provienen de Asia, un territorio que agrupa 60 por ciento de la población mundial. Además, 35 por ciento de la basura plástica flotante se encuentra en el océano Pacífico norte.
Su toxicidad se puede abordar bajo dos escenarios. El primero muestra las distintas formas microplásticas con diferentes grados de envejecimiento o degradación, y dependiendo del uso final que se le da durante su fabricación, pueden adicionar sustancias potencialmente tóxicas para inferirles ciertas características al material.
Esas sustancias pueden ser compuestos orgánicos como el bisfenol A o metales susceptibles a ser liberados con la fragmentación o la degradación del plástico.
En el segundo escenario, en la superficie de los microplásticos se desarrollan capas o películas orgánicas en el océano. Éstas tienen la capacidad de absorber a otros contaminantes durante su tránsito en el medio ambiente, como son metales de tipo mercurio, plomo, o también hidrocarburos o plaguicidas.
De hecho, pueden convertirse en una vía de dispersión de todas estas sustancias tóxicas. Además, estos revestimientos orgánicos modifican la densidad del plástico. Por ejemplo, si tenía una densidad baja y la corriente lo transportó durante largas distancias y se pegó está película orgánica, la densidad aumenta. En vez de ser transportado por las corrientes, viajará a través de la columna del agua para depositarse en los sedimentos marinos o costeros.
El problema aumenta porque los microplásticos son ingeridos por la biota de los ecosistemas marinos y es transferido de presas a depredadores por medio de la cadena alimenticia. Esos microplásticos liberan sus contaminantes en el organismo y son incorporados a tejidos y células. Los efectos nocivos incluyen desde obstrucción intestinal, estrés, inhibición de enzimas gástricas, retraso de la ovulación e inanición, anormalidades reproductivas hasta cáncer.
Un reciente estudio detectó microplásticos en 16 especies marinas de consumo humano procedentes de la costa de Ecuador. Los contaminantes también se han encontrado en agua potable, agua embotellada, cerveza, sal, azúcar e incluso miel.
En la UNAM
Un equipo de investigadores del ICMyL trabajan con el proyecto internacional del RLA 7025, apoyado por el Organismo Internacional de Energía Atómica que agrupa a 15 países de la región de América Latina (AL) y el Caribe. El objetivo es contribuir a la conservación y gestión de los océanos, que forma parte de la agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas.
Así, el equipo de la Universidad ha recolectado muestras de arena de la playa y marina desde finales de 2018. Su finalidad es dimensionar y comparar la acumulación histórica de los microplásticos en países de AL.
Con información de Gaceta UNAM