30 agosto, 2021
“Son sus hijos, arañen la tierra. Nosotros tenemos un horario y ustedes son madres las 24 horas.”
Esa es una de las tantas respuestas que autoridades han dado a los colectivos de madres que buscan a sus familiares desaparecidos en todo el país. No sólo tienen que soportar la pérdida, la mutilación emocional de no tener a sus seres queridos, sino que además padecen la falta de empatía y el maltrato de servidores públicos de todos los niveles de gobierno.
Por eso, la UNAM acompaña y cobija a estas madres devastadas.
Karla Salazar Serna, investigadora especialista en resiliencia del Programa posdoctoral de la Coordinación de Humanidades, ha trabajado con cuatro colectivos y más de 180 personas. A partir de esta labor se genera una vinculación, porque son historias y las historias, cuando se narran, se pueden significar y al resignificarse se genera la resiliencia.
Ella participa en los procesos de resiliencia, los genera formal e informalmente. Durante la Covid-19 fue informal. “Estuve haciendo decenas de llamadas que tampoco me confortaban. Hubo una junta de la brigada nacional de búsqueda de personas desaparecidas donde preguntaron: ‘¿Oigan, qué se ha hecho durante la pandemia, qué han hecho ustedes?’”
La posdoctorante del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) señala que la corresiliencia se genera cuando tú también desarrollas tu propia resiliencia. “Yo sí he sentido la necesidad de hacerlo, porque me he involucrado mucho en mis investigaciones. Para mí cada persona tiene un nombre”.
Incidencia social y la nueva vida
Karla tiene la idea de que no hay que hacer investigación por hacer investigación, “que sea con acompañamiento previo, que te permita realmente hacer un trabajo etnográfico propositivo”.
La doctora Salazar apunta que en el acompañamiento a los colectivos y a las personas, con las que trabaja de manera individual, se les proveen herramientas para que puedan identificar sus fortalezas en sus propios procesos, pero no nada más enfocándolas en sus capacidades individuales, sino más bien en reconocer que, por ejemplo, la resiliencia es posible. Es un proceso que tiene diferentes aristas y puede desarrollarse a nivel individual, grupal, comunitario e institucional.
En el primer acercamiento hay pláticas, charlas y, si es posible, se desarrollan talleres para generar las herramientas que creen mecanismos de resiliencia. “Aquí las personas tienen que reconocer que el trabajo que ellas hagan con pares es lo que les permitirá continuar las búsquedas. No nada más soportarlas, resistir, empoderarse, sino más bien sobreponerse y poder tener un nuevo proyecto de vida, bajo el eje medular de buscar, de seguir las búsquedas hasta dar con sus desaparecidos”.
Precisa que el proceso de resiliencia no es encontrar el cuerpo, a la persona; les ayudará a resistir, a empoderarse, a sobreponerse y a encontrarle otro significado a lo que les pasó, resignificar toda la tragedia, el trauma. En el artículo “Mujeres que caminan a través de la adversidad. La posibilidad resiliente frente a casos violentos complejos vinculados con las desapariciones en México”, Karla Salazar y el investigador del CRIM, Roberto Castro escriben: “Para las participantes pertenecer a un grupo genera procesos resilientes; lo anterior sucede por el desarrollo de sentimientos de pertenencia, la potenciación de capacidades, el análisis en conjunto de los problemas y las opciones para contrarrestarlos; además, la flexibilidad que se promueve para enfrentar circunstancias y acciones de solidaridad”.
El derrumbe y ponerse de pie
Karla añade que no se debe retratar el dolor sin pedir permiso. Citó el caso de muchos periodistas y académicos que se acercan a los colectivos sin sensibilidad. El acompañamiento es físico, hay que estar cerca de los colectivos. “Son escenarios muy oscuros”. Ella ha recorrido parajes de búsqueda en Morelos, Nuevo León, Guerrero, Veracruz, Tamaulipas, Estado de México y Ciudad de México.
Entre las vivencias que recuerda destaca cuando vio a uno de los hijos de “M” llorar, arrodillarse al llegar a un campo petrolero. “Íbamos él, otros tres compañeros y yo, y verlo arrodillarse porque se dio cuenta cuando un compañero le explicó que los desechos que habían encontrado allí de petróleo era imposible analizarlos, tener la certeza de si eran humanos o no, y verlo derrumbarse cuando dijo: ‘¿Qué le digo a mi mamá?, ¿cómo le digo que no voy a encontrar a mis hermanos?’’
El derrumbe. Por eso, tanta ayuda por dar, para acompañar. Los talleres de resiliencia los da en lugares cerrados, donde es posible preparar una presentación, generar intercambio de ideas con las participantes. Pero hubo una ocasión en que se hizo a cielo abierto, un curso de resiliencia en el Gran Canal del Estado de México, ahí donde en las aguas negras yacen restos de personas desaparecidas. Le habló a una colega que hace danzoterapia “y ahí hicimos unos ejercicios de relajación, les expliqué cómo relajarse en medio del dolor y de la búsqueda, del calor y de la hipertensión. Una de las señoras le dijo: ‘Esto que nos acaba de dar es vida y eso es algo que yo no encuentro con funcionarios, no encuentro con colectivos y no encuentro con nadie’”.
La pandemia que no perdona
Con el confinamiento por la pandemia de la Covid-19 Karla no quiso quedarse con los brazos cruzados. Y llamó a las madres. Le llamé a “C” que está en Cuernavaca y le pregunté: ‘¿Qué anda haciendo?, va a seguir buscando, pero ahorita se me guarda’. Por su parte, “L”, quien es muy resiliente, le consultó: ‘Llevamos ahorita siete defunciones por la Covid, ¿qué les digo? Tú ayúdame’. Karla Salazar le contestó: “No las vas a poder parar, diles que esta semana harás actividad de fichaje”. Y eso fue lo que hizo. Crear estrategias para retener a la gente en sus casas, cuando ya no fue posible les pidió que usaran tapabocas y gel. “Se fueron un montón de personas por la Covid-19…”
Actoras políticas
Yinhue Marcelino Sandoval realiza su estancia posdoctoral en el CRIM. Es psicóloga de formación. Trabaja con el colectivo “Regresando a casa” de Morelos. A partir de septiembre del 2020 pudo contactar a las mujeres y entró en el proceso de familiarización, de conocerse con ellas, identificar a cada una para crear una relación de confianza.
“El tema es delicado, doloroso y no me atreví a hacer entrevistas virtuales, por eso cambié mi metodología en mi trabajo con ellas y mi primer año de estancia posdoctoral más bien fue de reinserción y reconocimiento con este colectivo. A partir de ahí hemos colaborado desde la investigación la acción participativa, donde hago una labor de acompañamiento. Mi involucramiento ha sido gradual.”
Siempre se debe tener la claridad con ellas del por qué estás ahí. Ahora las acompaño “desde este pensamiento y sentimiento de empatía, de solidaridad. Estar ahí con ellas, acompañándonos y abrazándonos en los momentos que son necesarios”.
Afirma que el primer tema del proyecto fue sobre la participación política. Cómo se van reconfigurando como actoras políticas. “Salen de sus casas para convertirse en denunciantes de una realidad, de una situación dolorosa que les atravesó la vida, que las cambió. Pese a este dolor, son capaces de estar ahí, al frente, exigiendo y estar gritando sus consignas”.
Se ha involucrado en muchas de las actividades que le han permitido y solicitado: internas, organizativas, apoyar en bases de datos que requieran o hechos concretos que necesiten saber. “Mi acompañamiento ha sido así, desde lo que ellas requieran sin la pretensión de ser la experta o la psicóloga. Me he guiado por esa metodología o esta forma de caminar con los grupos. También he trabajado con niños de comunidades de Cuernavaca y siempre ha sido de acompañamiento y de alguna forma también de análisis cuando se puede. Cuando ellas mencionan algún dato curioso o que me llama la atención sobre la realidad, por ejemplo, cuando dicen: las autoridades nos están dando ‘atole con el dedo’, trato de ver qué es lo que quieren decir en concreto para orientarlas”.
No sólo soportan la pérdida, la mutilación emocional de no tener a sus seres queridos, sino que además padecen la falta de empatía y el maltrato de servidores públicos de todos los niveles de gobierno.
Las zonas cero
La becaria del Programa de Becas posdoctorales del CRIM y asesorada por Mercedes Pedrero Nieto identifica que hay un proceso de conciencia. Ellas han entendido que su involucramiento en el colectivo es diferente, respetan los procesos. “No le exigen a la otra que deba o que tenga que estar en las mismas condiciones o hacer las mismas tareas que otras, porque ellas también comprenden que no todas se encuentran preparadas para todo y no quiere decir que no lo harían”.
Recuerda un ejemplo, una experiencia reciente fue durante el proceso de innovación que gestionaron ellas en Semefos (Servicio Médico Forense) de Morelos de Cuautla, Jojutla y Cuernavaca. “En esta acción tenían como actividades principales estar afuera de la fiscalía esperando la llegada de nuevos familiares y apoyarlos, ya sea que tuvieran una carpeta de investigación avanzada o que no se animaran a hacer la denuncia de hechos. Otra acción era vigilar en el circuito cerrado lo que estaba pasando en una zona cero”. El colectivo hacía registros de lo que los peritos hacían. “Aquí, por ejemplo, fueron mujeres que ya tenían más capacitación y la fortaleza para ver cuerpos desmembrados o en proceso de esqueletización. En esos sitios tenían que estar de ‘hombro a hombro’ con los peritos en la mesas donde realizaban las pruebas a los cuerpos. Eran tres secciones en las que no todas estaban preparadas para estar, y entre ellas se acompañaron y se fueron jalando, se fueron comprendiendo”.
Le pidieron que hiciera las entrevistas cuando las familias entraban y acompañó a los familiares a ver los catálogos de fotografías de cadáveres en las fiscalías. Ha planteado su relación con ellas desde la horizontalidad: “No soy ni la doctora ni la maestra, soy Yinhue, quien llega a tratar de entender lo que están viviendo. Creo que desde ahí he sido lo más clara y genuina con ellas”.
Los lunes el colectivo organiza una conferencia de prensa afuera del Palacio de Gobierno de Cuernavaca, donde plantean sus diferentes demandas, entre ellas los procesos de Jojutla y Tetelcingo. Exigen la identificación de los cuerpos y el Banco de Pruebas Genéticas.
Hay también un espacio de convivencia con ellas, desayunan, platican. El punto de socialización y de encuentro se da en la cocina, en el almuerzo. “Platicamos de lo que nos pasó en casa, lo que ellas están demandando y cómo nos sentimos. Saben que soy psicóloga y que estoy ahí para escucharlas. Una de las tareas fundamentales que tenemos como profesionales de las salud mental también es la investigación, que a veces se nos ha olvidado o hemos dejado de aprender a escuchar. Ha sido un ejercicio muy crítico para mi profesión y también un ejercicio de mucho compromiso político esta parte de la escucha y del estar con ellas, desde luego, y después el acompañamiento”.
Se conocen muy bien, si ve a alguna más callada trata de estar más cerca de ella, que sepa que está allí. Entre semana trata de enviarles mensajes, “por lo menos a quien yo haya visto que está más cabizbaja o sacada de onda o enojada. Vas identificando las miradas, sabemos que entre todas nos vamos a apoyar”.
Agrega que el abrazo en estos momentos y ante el confinamiento ha sido fundamental y clave para que ellas se sientan reconfortadas. Dice que como psicólogos están limitados. “Puedo ser empática; sin embargo, no puedo describir este dolor, entre ellas el reconfortamiento es diferente, hay una conexión inmediata. Ellas reconfortan a las nuevas familias y yo nada más las acompaño, en este acto amoroso, genuino y de solidaridad. Entre ellas sí saben de qué están hablando, sí pueden comprender sus dolores. Nosotros los describimos y nos aproximamos”.