Julio 26, 2023
Las alertas de género, los mapas sobre los feminicidios y los atlas de igualdad y derechos humanos son algunas de las herramientas que se elaboran a partir de la geografía feminista, área de estudio e investigación que la UNAM desarrolla en el Instituto de Geografía (IGg).
Ningún espacio o territorio es neutro; por ello, al analizarlos se debe incorporar quién lo conforma y las diferencias sociales que existen entre hombres, mujeres y las diversidades sexogenéricas. Así podemos tener una imagen de cómo en un territorio se manifiesta y reproduce la desigualdad, afirmó en entrevista la académica del IGg, Irma Escamilla Herrera.
Estos estudios permiten visibilizar que si bien en Ciudad Juárez, Chihuahua, fue donde se empezó a detectar la desaparición constante de mujeres y la ocurrencia de feminicidios, era el Estado de México donde se registraban los mayores índices de este tipo de violencia, expuso.
Asimismo, explicó, para la geografía el cuerpo también es territorio y cada vez se realizan con mayor frecuencia estudios con esta escala de análisis.
La experta universitaria detalló que los primeros trabajos de geografía de género empezaron a realizarse a nivel mundial alrededor de los años 70 y 80 del siglo pasado, a partir de la influencia e impacto derivados de la obra de la filósofa francesa Simone de Beauvoir (El segundo sexo en 1949). Estaba más enfocada al ámbito académico, a la formación de nuevas generaciones.
Al enriquecerse con la teoría y la ética feminista se creó la geografía feminista, que tiene un componente más militante en los contextos latinoamericanos y europeos. Esta examina la forma en la que los procesos socioeconómicos reproducen y/o transforman los lugares donde se vive y las relaciones que se establecen en ellos, externó.
“Estudia cómo se dan esas relaciones entre hombres y mujeres, y cómo puede haber impactos en esos procesos y en sus manifestaciones en el espacio y el entorno”, acotó.
También suelen sumarse otros aspectos que influyen en las desigualdades espaciales como las de clase social, etnia, habilidad lingüística, la relacionada con la formación educativa, todos ellos se incorporan a los estudios de interseccionalidad, agregó la académica quien, junto con María Verónica Ibarra García, coordina el libro Geografías feministas de diversas latitudes: Orígenes, desarrollo y temáticas contemporáneas.
Mirada femenina y masculina
La experta del IGg señaló que la actividad humana tiene que ver con el territorio, el entorno próximo y en la medida en que lo reconoce, interpreta y se apropia de él puede tener una mejor comprensión, interacción, una forma de estar acorde con ese espacio.
En ese sentido, la mirada masculina y femenina de ese espacio circundante son distintas, lo interpretan y asocian de manera diferente, porque sus necesidades también son diferentes. No es igual cómo una mujer utiliza el espacio público, por ejemplo un parque, que un hombre. Ni siquiera las de distintos grupos etarios lo usan igual. “A la niñez y la juventud les preocupa la diversión y el esparcimiento, y las mujeres maduras quizás van a caminar, a tomar baños de sol”, añadió.
Otros temas que analiza la geografía feminista, además de la violencia, son los enfocados a los mercados de trabajo de las mujeres, su acceso a la educación y la salud, su movilidad en el transporte urbano, el turismo con perspectiva de género y la migración, por ejemplo.
“El Atlas de Igualdad y Derechos Humanos, que se realizó entre 2017 y 2018 por profesoras de la Facultad de Filosofía y Letras y que fue apoyado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos para dar a conocer la situación que guarda la igualdad entre hombres y mujeres, incluye una cartografía muy interesante con variables socioeconómicas, diferenciación de edad, sexo, educación, población económicamente, y de aspectos de violencia y espacio que permiten ver cómo se manifiestan los derechos y cómo las infancias pueden gozar o no de sus derechos”, indicó la especialista en Historia de la Geografía y la Geografía Feminista.
En Latinoamérica surgieron varias de estas cartografías participativas “en las que podamos decir en qué lugares se localizan mejores recursos, cómo se denominan ciertos lugares a nivel local, qué áreas son peligrosas, o hasta representar en el cuerpo dónde nos duele, dónde sentimos que no estamos funcionando bien para ir modificando”.
En ese sentido, Escamilla Herrera aseveró que la desigualdad es una constante que se identifica en esos estudios y está presente aún en los países con los más altos niveles de bienestar, ya que no se han logrado resolver problemas estructurales como la homologación de salarios por el mismo trabajo, el acceso a la educación, ni modificar actitudes y comportamientos que permitan lograr una igualdad sustantiva y una vida libre de violencia.
Otra vertiente más de los estudios de geografía feminista es la relacionada con la recuperación de la presencia y aportes de las mujeres en la geografía mexicana, apuntó.