Según la Sociedad Española de Medicina Interna, la agresividad consiste en un deseo de querer herir física o psicológicamente a una persona. Foto: Pexels
En los últimos treinta años, de acuerdo con dos expertos internacionales, se han multiplicado las investigaciones para determinar las bases biológicas de estos malos comportamientos.
La tendencia a arremeter verbal o físicamente contra una persona tiene que ver con factores diversos. Afrontamos una época en donde la neurobiología de la agresión debe ser comprendida a cabalidad. Aproximadamente, el 25% de la población general ha aceptado ser partícipe en episodios violentos, lo que degrada las relaciones sociales y, de igual modo, al entorno familiar.
Una reciente publicación en el medio The Conversation otorga más luces acerca de esta prevalencia. Francisco López-Muñoz, profesor titular de Farmacología y vicerrector de Investigación y Ciencia en la Universidad Camilo José Cela, y Cecilio Álamo González, catedrático universitario de Farmacología en la Universidad de Alcalá —ambas instituciones situadas en España—, propusieron que la génesis del problema es múltiple, pues “participan factores ambientales, de predisposición hereditaria y neurobiológicos”.
En enero de 1974, se aprobó la exposición de un estudio clínico que ahora se puede ubicar en National Library of Medicine, en cuyas páginas asocian las conductas agresivas de los seres humanos con desajustes en el área límbica, y en los lóbulos frontales y temporales.
El área límbica es un conjunto de estructuras del encéfalo conectadas entre sí, cuya función radica en la aparición de estados emocionales.
Más adelante, en febrero de 2016, a través de la Revista de psicofarmacología infantil y adolescente se obtuvo información valiosa sobre la forma del cerebro y las conductas violentas. “Se argumenta que la agresión impulsiva puede ocurrir debido a una toma de decisiones deficiente”, se lee en el resumen exhaustivo.
“Además, otras zonas del cerebro, como el hipotálamo, la amígdala, el lóbulo frontal y la corteza cingulada, ejercerían un papel modulador de estas conductas. Estas técnicas de neuroimagen también han confirmado una disminución del volumen de la sustancia gris en la corteza orbitofrontal (región de la toma de decisiones) en un grupo de delincuentes violentos y criminales psicópatas”, retoman su descripción ambos firmantes del artículo.
La hormona serotonina, el neurotransmisor de la felicidad, también juega su papel crucial. En los años 60, se vio que en pacientes depresivos, que se habían quitado la vida, el nivel de estas concentraciones era bajo en comparación a otros individuos fallecidos por causas no violentas. Después, se observó que la serotonina estaba ligada a la agresividad.
Asimismo, cantidades elevadas de un metabolito de la noradrenalina, gestora del foco de atención, el mantenimiento de la vigilia y la consciencia, la motivación y el estado de ánimo, fueron descubiertas en militares con comportamientos belicosos.
“La participación del sistema endocrino en el origen de las conductas agresivas, sobre todo las hormonas sexuales, también parece evidente, fundamentalmente la testosterona”, aseguran los especialistas.
Tal y como cuentan ellos, eso se ha averiguado en varios estudios, comparando la segregación hormonal entre estudiantes y delincuentes. El segundo grupo tenía los niveles más elevados.
López-Muñoz y Álamo González, para finalizar, mencionan a las altas dosis de esteroides anabolizantes, en deportistas, como la raíz principal de episodios psicóticos. Por otro lado, las corticoides han sido relacionadas a actitudes agresivas, pero se hace más evidente en experimentos con animales.