Septiembre 30, 2021
Por UNAM
Marion Lloyd pisó suelo talibán en 1998 y fue testigo de una ejecución pública en un estadio de futbol. Las víctimas fueron dos hombres que robaron comida de un mercado.
A finales de la década de los 90 trabajaba como periodista freelance con base en Nueva Delhi y cubría toda la región de Asia del Sur. Llegó en febrero de 1998 a la región y ya los talibanes llevaban varios años en el poder. Estuvo como seis meses solicitando visas para poder entrar a Afganistán. Escribió para el Boston Globe, Houston Chronicle y The South China Morning Post.
La doctora en Ciencias Políticas, con especialidad en Sociología, señala: “Lo que hacíamos muchos periodistas era cubrir el conflicto desde la frontera con Pakistán. Finalmente conseguí una visa y entré desde la frontera de Peshawar y cruzamos todo el camino hasta Kabul. Conforme avanzaba se perdía la sensación de libertad”.
Lloyd recuerda en entrevista para Gaceta UNAM: “Quizás hay menos vigilancia, como mujer uno tiene que ir cubriéndose, tomando ciertas precauciones. Y desde el momento en que cruzamos la frontera se veían, aparte de la devastación por la guerra, cables de luz con cintas de casetes colgados, como aquí en México se cuelgan los tenis de los cables de luz, ahí tenían casetes destripados porque los talibanes no permitían la música. Conforme uno se iba adentrando más se veía la enorme pobreza y la sensación de pesadez y de miedo de la gente”.
Kabul era una ciudad totalmente en ruinas, las mujeres vivían una situación desesperada. “Yo veía bebés malnutridos, conocí un bebé de cuatro meses que pesaba como tres kilos y tenía pelo por toda la cara, por todo el cuerpo por el nivel de desnutrición. Los talibanes no permitían a las mujeres médicos atender. Había una escasez enorme de médicos”.
La investigadora asociada del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación dice que en principio los talibanes querían que las mujeres no salieran nunca, “pero obviamente por la necesidad y la pobreza había que salir al mercado, había muchísimas mujeres que incluso habían perdido a sus esposos en la guerra. Afganistán en 1998 ya llevaba 20 años de guerra: primero contra la ocupación soviética (79) y luego hubo una época de guerra con grupos islámicos, distintas facciones de afganos tratando de liberar el país de los soviéticos. Cuando finalmente salen los soviéticos en el 89 se empieza otra guerra, una especie de guerra civil entre distintas facciones y ahí es cuando entran los talibanes”.
Precisa que las mujeres bajo el régimen de los talibanes tenían que estar completamente cubiertas con la burka y acompañadas por un pariente o tutor masculino si tenían que salir a la calle. Muchas veces no se podía. “Si un soldado talibán encontraba una mujer en la calle podía ser fuertemente castigada si no iba en esa situación, pero muchas me decían: ‘Es que no me queda de otra. Mi familia se muere de hambre porque perdí a mi esposo y corro el riesgo de sus castigos’”.
Lloyd conoció a una mujer en un asilo. Era una especie de hospital psiquiátrico, lleno de mujeres que literalmente se habían vuelto locas. Conoció a una mujer en particular que había sido neurocirujana y de repente no la dejaban ni salirse de su casa. “Me decía: esto no es vida”.
Es un déjà vu pensar que Afganistán puede estar volviendo a una situación parecida después de las 75 mil personas que perdieron la vida en estos 20 últimos años de guerra, apunta.
¿Veremos lo mismo que en 1998?
Cree que los talibanes aprendieron de alguna manera la lección de ser unos parias frente al resto del mundo.
Enfatiza que esta vez tienen presente que por lo menos deben mostrar un discurso más liberal. “Han dicho, por ejemplo, que las mujeres tienen el derecho de acceder a la educación en todos los niveles, pero después la realidad de la calle es otra. También han dicho que habrá libertad de prensa y luego hace unas semanas circularon fotos de dos reporteros en Kabul que fueron brutalmente golpeados después de cubrir una protesta antitalibán en la capital”.
Lloyd indica que las mujeres en Afganistán han captado el interés internacional, es una cosa tan extrema cuando se tiene una sociedad donde se dice: las mujeres no tienen derecho ni de trabajar ni de estudiar ni salir a la calle. El mundo toma nota. “Tenemos pocas medidas, pocas formas de ejercer presión en ese sentido. Hay una amplia cobertura de prensa, sabemos cuál es la situación, pero yo creo que tiene que haber una forma de presión internacional para que les convenga a los talibanes cambiar las reglas”.