04 agosto, 2021
Hablamos con Maritza Landázuri, una lideresa del Pacífico nariñense que ha encontrado, entre el océano y los manglares, las razones que necesita para contribuir a la conservación de su territorio.
Por WWF
Maritza Landázuri no se ha acostumbrado a la inmensidad del mar ni a la idea de que, por mucho que lo quiera, nunca podrá conocer todas las criaturas que lo habitan. Tampoco se ha acostumbrado a la frescura de los manglares en los días calurosos, a los atardeceres de colores vibrantes que unen el cielo con el océano, y al hecho de que, para ir de un lado a otro, navegar sea casi tan frecuente como caminar.
Y sí, Maritza nació y creció cerca al mar y al manglar: el primero está a 30 minutos de su casa, a la distancia de una caminata de ritmo tranquilo, y el segundo está tan solo a 100 metros, pero aún así, ella tiene sus sentidos activados en un modo de sorpresa perpetuo.
Por eso, cada vez que recorre su vereda Brisas del Acueducto, o cualquier otra de las que compone la comunidad de Bajo Mira y Frontera (Nariño), ubicada en la frontera de Colombia con Ecuador, comprueba que nació en un lugar en el que la palabra asombro, definitivamente, le gana a la palabra costumbre.
Su amor por Bajo Mira y Frontera tiene la misma característica con la que describe el mar: es infinito. Y por eso, desde antes de cumplir 15 años empezó a transitar un camino de trabajo comunitario que la condujo hasta lo que es hoy: la representante legal del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera, una autoridad territorial desde la que trabaja por el bienestar de los más de 10 mil habitantes de la zona, como también por la salud de esos ecosistemas que no solo han pintado en su cabeza imágenes imborrables, sino uno de sus propósitos de vida: conservar la riqueza natural de su región.
¿Qué significa el océano para ti?
La primera vez que navegué en el océano me di cuenta de que no era lo mismo verlo desde la playa que recorrerlo en una embarcación. Vi que sus aguas eran infinitas, inmensas. Tenía 12 años y en mi cabeza no cabía tanta grandeza. Con el tiempo me di cuenta de que era ahí donde podía realmente ver la obra de Dios.
Cuando estoy en el mar logro relajarme inmensamente, pero también recargo mi energía para seguir trabajando por su protección, pues no solo es el hábitat de especies que son el sustento económico y alimentario de mi comunidad, como el pescado y el camarón, sino que es la casa de millones de criaturas que incluso no sabemos que existen, pero que necesitan de personas que queramos defenderlas y asegurar su existencia a futuro.
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Cuando entras a un manglar sientes que te habla. Escuchas sonidos que te transportan a otra dimensión. Allí, todas las raíces se abrazan y acogen a los cangrejos, las conchas, las aves y un sinfín de seres hermosos. En los manglares todo está entrelazado, todo depende de todo.
Esas interconexiones entre todos los elementos de este ecosistema me hacen pensar que los seres humanos tenemos que aprender mucho de él. Y la razón es que continuamente pensamos de manera individual y nos preocupamos solo por nosotros, cuando en realidad todo funciona mejor si también consideramos a los demás, empezando por las otras especies. Entrar a un manglar es preguntarse: ¿por qué no he disfrutado lo suficiente de esta maravilla? Allí no sientes el calor ni la fatiga del sol. Solo sientes frescura y paz interior.
¿De qué manera trabajas por la salud de estos ecosistemas?
Actualmente soy la representante legal del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera. Allí trabajamos por el bienestar de nuestra comunidad —un territorio de 46.000 hectáreas y más de 10.000 habitantes— desde distintas perspectivas, y una de ellas es, precisamente, nuestra relación con los océanos y los manglares.
Cuando estoy en el mar logro relajarme inmensamente, pero también recargo mi energía para seguir trabajando por su protección, pues no solo es el hábitat de especies que son el sustento económico y alimentario de mi comunidad, como el pescado y el camarón, sino que es la casa de millones de criaturas que incluso no sabemos que existen, pero que necesitan de personas que queramos defenderlas y asegurar su existencia a futuro.
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Esas interconexiones entre todos los elementos de este ecosistema me hacen pensar que los seres humanos tenemos que aprender mucho de él. Y la razón es que continuamente pensamos de manera individual y nos preocupamos solo por nosotros, cuando en realidad todo funciona mejor si también consideramos a los demás, empezando por las otras especies. Entrar a un manglar es preguntarse: ¿por qué no he disfrutado lo suficiente de esta maravilla? Allí no sientes el calor ni la fatiga del sol. Solo sientes frescura y paz interior.
¿De qué manera trabajas por la salud de estos ecosistemas?
Actualmente soy la representante legal del Consejo Comunitario Bajo Mira y Frontera. Allí trabajamos por el bienestar de nuestra comunidad —un territorio de 46.000 hectáreas y más de 10.000 habitantes— desde distintas perspectivas, y una de ellas es, precisamente, nuestra relación con los océanos y los manglares.
Hoy, en el Consejo, estamos muy enfocados en promover la pesca sostenible, que implica el uso de artes de pesca reglamentarias, el cumplimiento de las vedas y la captura de individuos con tallas apropiadas. También estamos planeando una intervención educativa y pacífica en el territorio para hablar sobre la importancia de los manglares, nuestras barreras contra enfermedades como el Covid-19 y contra eventos naturales como los tsunamis.
¿Cuáles son las dificultades que has tenido que enfrentar para proteger la naturaleza de tu región?
Hace poco estuve caminando por una playa y vi una gran cantidad de peces muy pequeños en la arena. Esto me generó mucho dolor porque, a pesar de haber sido extraídos por los pescadores, no habían servido ni como alimento ni como producto para la venta. Y lo que eso demuestra es que hay mucho desconocimiento sobre cómo nuestras acciones tienen un impacto sobre el equilibrio de los recursos, que son nuestro alimento y sustento económico.
Muchas personas pescan más de lo que deben, capturan individuos por debajo de la talla adecuada, utilizan artes prohibidas o arrojan basura al océano. También hay muchas otras que hacen una tala indiscriminada del manglar. Todas esas situaciones son muy tristes para mí, pero son las que me demuestran que necesitamos muchas más manos trabajando para que estas cosas no se vuelvan a repetir.
En el Consejo tenemos definido un plan para revertir los daños causados sobre el manglar, pero lo más importante es que logremos que eso se mantenga. Y la única manera de hacerlo es creando conciencia entre las personas sobre las riquezas que tenemos. En ese sentido, para mí es muy importante que lo que hagamos, lo hagamos con base en nuestro conocimiento ancestral, cultural y espiritual, y que a eso le sumemos la información técnica y científica que aportan otras organizaciones.
¿Quiénes han sido los aliados en el proceso de conservación en tu comunidad?
Desde que se creó el Distrito Nacional de Manejo Integrado Cabo Manglares Bajo Mira y Frontera, en 2017, nuestra comunidad ha trabajado muy de cerca con distintas instituciones como WWF Colombia, Parques Nacionales Naturales de Colombia y la Armada Nacional de Colombia. También con los gobiernos locales y organizaciones de pescadores.
Con este trabajo hemos logrado que muchas personas se involucren con nuestros propósitos de conservación de ecosistemas y especies.
¿Cuál es el sueño que tienes para tu comunidad?
Sueño con un territorio pacífico, en el que nuestra cultura y esencia como comunidad negra se mantengan. Quiero que este sea un lugar en el que tengamos educación y servicios de salud de calidad, un lugar en el que las mujeres negras tengamos todo el reconocimiento que merecemos por los esfuerzos que hacemos para el bienestar de nuestras familias y comunidad.
Sueño con un territorio en el que los manglares y los océanos estén libres de contaminación, de deforestación, de sobrepesca. Sueño con que mucha gente se dé cuenta de que los seres que habitan el océano tienen, como nosotros, un ciclo que cumplir en el planeta, y que éste depende de que nosotros garanticemos su permanencia a futuro. Y sueño, algún día, poder bucear para ver todo lo que el océano resguarda.
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Nota publicada originalmente en https://oceanwitness.org/