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Indiana Jones 5; 42 años entre la primera y la última de la saga.

Junio 26, 2023

James Mangold, director de Indiana Jones 5: «Lo que parece incongruente, un héroe anciano, es realmente lo atractivo»

El realizador razona cómo la quinta entrega del arqueólogo improbable refuta el mito del héroe invencible para viajar en el tiempo al fondo de nuestra incertidumbre

Entre el primer y el último Indiana caben exactamente 42 años y 16 días. En 1981, el mundo no solo era otro sino que, en puridad, empezaba a ser otro. En enero, el republicano Ronald Reagan se convertía en presidente de Estados Unidos y pocos meses después sobrevivía a un atentado. IBM comercializaba su primer ordenador personal y el príncipe Carlos de Inglaterra se casaba con Lady Diana Spencer. Tejero, un señor con tricornio, disparaba contra el futuro de una democracia europea en pañales y un tipo extraño llamado Ali Agca lo hacía contra el Papa. La Nasa lanzaba el transbordador espacial Columbia y se comercializaba el primer DeLorean, aunque fuera sin condensador de flujo (o fluzo).

En ésas, irrumpió en las carteleras de medio mundo el más improbable de los arqueólogos, el mismo que ahora vuelve y que lo hace algo más viejo, bastante más cansado, pero exactamente igual de cabreado con el universo. Sigue vivo, pues. Indiana Jones y el dial del destino, que se estrena este miércoles, no sólo es la quinta entrega de una de las sagas que mejor ha definido el cine popular reciente, también es, en esencia, la materia de la que está hecho el mismo tiempo. Es así.

«La idea original de George Lucas fue brillante, excéntrica y maravillosamente original», reflexiona el director James Mangold desde Cannes en un primer intento por definir la universalidad e inmortalidad del personaje de marras. Mangold, director antes de una revisión del género superheroico tan visceral y excéntrica como Logan, es el encargado ahora de sustituir a nada más y nada menos que Steven Spielberg, auténtico padre de la criatura en calidad de responsable de cada una de las entregas anteriores de Indiana. Y sigue: «En realidad, nada tiene sentido sobre el papel. Se trata de un tipo increíblemente valiente y desaforadamente cobarde a la vez. Resulta tan brillante en cada una de sus acciones como simplemente estúpido. Usa látigo y sombrero, pero es profesor de universidad. Probablemente, todo se resuma en que todas las cosas bellas que nos motivan y entusiasman son por necesidad contradictorias. Indiana no deja de ser un tipo lleno de celos y debilidades. Intenta hacer lo correcto, pero no siempre lo consigue. No está claro donde acaba su habilidad y donde lo hace simplemente su suerte». Queda claro.

La algo más que solo esperada película que ahora llega a la cartelera acepta cada una de las paradojas que apunta el nuevo director y las dobla incluso. Pese a la nostalgia que la habita y le da sentido, El dial del destino no renuncia a cuestionarse a sí misma y exigir incluso su lugar de excepción entre tanto superhéroe musculado de bíceps perfecto que inundan la salas de cine. Cuenta Harrison Ford, lo hacía en el Festival de Cannes donde se presentó la cinta urbi et orbi, que el reto consistía en ofrecer algo nuevo, en no repetirse, pero sin renunciar a lo viejo. Y aquí, sin duda, la clave. Indiana, atentos, ya es obviamente viejo. No anciano, ni mayor, ni habitante de ese eufemismo vergonzante llamado tercera edad. «Siempre quise desarrollar el personaje a la edad en la que se encuentra completamente desarmado. Quería verlo en absoluta soledad y desvalido, en esa edad en la que un día te despiertas con un vaso vacío en la mano. Al fin y al cabo, los verdaderos héroes en esta sociedad somos los ancianos», contaba el propio Ford.

Y Mangold no le quita la razón: «Recuerdo que cuando Spielberg, Ford y Kathleen Kennedy (productora) me ofrecieron el proyecto, había una disonancia entre la edad del personaje y la del propio protagonista. Se quería de algún modo disimular que Ford tiene ya 80 años. La idea era rejuvenecerle y quitarle una decena de años. Y vi claro que eso era un error. ¿Por qué esconderse? Ya basta de esta absurda veneración a la juventud. Lo que parece incongruente, un héroe anciano, era realmente lo atractivo. ¿Alguien quiere ver a otro joven forzudo pateando en el culo a los malos? La gracia era incorporar a las contradicciones de Indiana el ser un tipo de 80 años que se enfrenta a una crisis vital. El heroísmo, lejos de menguar, crece».

Y así es. Si echamos la vista atrás, Indiana surgió de cruzar la idea original de Lucas (quería hacer Indiana Smith, que no Jones) con el deseo de Spielberg de rodar una nueva película de James Bond. Fue entonces cuando el mujeriego borrachuzo que estaba condenado a ser el héroe creado a imagen y semejanza de los seriales de juventud de Lucas como Buck Rogers pasó a ser un arqueólogo en el que se daban cita los héroes íntegros, imperfectos y algo dañados de clásicos como Río Rojo o Los siete samuráis, de Howard Hawks a Akira Kurosawa, de Mifune a Walter Brennan. Y en frente, como referencia inquebrantable del mal para un siglo entero, los nazis. Siempre ellos.

«El mundo ha cambiado», continúa Mangold por aquello de justificar su intervención (se enfada si se le dice que se ha sentado en la silla de Spielberg). «Las películas anteriores de Indiana», continúa, «están ambientadas en una época de malos perfectos. De hecho, nuestra película arranca en el pasado, en plena Segunda Guerra Mundial, y nuestro héroe se pelea contra los nazis para que unos objetos valiosos no caigan en las manos equivocadas. Es un homenaje al primer Indiana. Luego hay un salto y nos encontramos en 1969. Y ya las cosas no son tan claras. Ha llegado el rock, las armas nucleares y la Realpolitik. El enemigo de mi enemigo puede llegar a ser ahora mi amigo y un científico alemán se puede convertir en un aliado en la Guerra Fría contra los soviéticos. Todo es más confuso, inestable y, otra vez, contradictorio. Ya nadie está seguro de quién es el villano. Es ahí donde queremos ver de nuevo a Indiana, atrapado en todas y cada una de sus nuevas contradicciones como profesor jubilado al que nadie quiere y muy pocos parecen respetar ya».

Dice Ford que Indiana es un tipo eminentemente imperfecto. Y torpe. «Pero más allá de eso», añade, «es un personaje diferente en cada película. En cada aparición es un poco más sabio quizá, pero como cualquiera de nosotros tiene días buenos, días malos y días en los que esa sabiduría no le sirve para nada. Su virtud es que, pese a estar envuelto en aventuras increíbles, en realidad reacciona como lo haría cualquiera de nosotros».

Sea como sea, lo más importante, es que Indiana viene del pasado para prometernos (siempre fue así) un futuro mejor. Todo en El dial del destino es, ya se ha dicho, una cuestión de tiempo. Toda la película gira alrededor del cuadrante de Arquímedes (que es lo que en el título aparece como dial) y que no es nada más que la primera máquina del tiempo que los nazis desean para hacer el mal; Indiana custodia para evitarlo y la película utiliza para que espectadores nos solacemos en esta orgía de nostalgia. El tiempo pues. Eureka, que diría el mentado. Era el tiempo. Toda la película, de hecho, no es más que eso: una máquina del tiempo. Han pasado 42 años y 16 días e Indiana sigue ahí, perfecto y perfectamente nuevo de puro viejo. «Sus contradicciones son nuestras contradicciones. Su mundo es nuestro mundo», dice Mangold. Y le creemos. (Con información de Elmundo.es)

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