Junio 8, 2022
Por UNAM
Desde que Albert Einstein publicó en 1905 su teoría de la relatividad especial, el hecho de que nada puede viajar más rápido que la luz se ha convertido en parte integral de nuestra visión del Universo, afirmó Miguel Alcubierre Moya, investigador del Instituto de Ciencias Nucleares (ICN) de la UNAM.
El límite de velocidad es de un año luz, y ésta se mueve a 300 mil kilómetros por segundo. “En la vida cotidiana dicha velocidad es prácticamente infinita”, afirmó el físico teórico.
Para ejemplificar las distancias astronómicas, el exdirector del ICN señaló que la luz tarda ocho minutos en llegar a nosotros desde el Sol, y cuatro años en hacerlo desde la estrella más cercana (Alfa Centauri).
Además, demora dos millones de años en llegar desde Andrómeda, y más de 10 mil millones de años en hacerlo desde las otras galaxias más lejanas que se conocen.
Alcubierre Moya destacó que, incluso dentro del Sistema Solar, la velocidad de la luz impone restricciones a las comunicaciones, pues las instrucciones a las sondas interplanetarias deben ser enviadas con horas de anticipación. “Si algún día queremos alcanzar las estrellas, el límite de la velocidad de la luz resulta ser un enorme problema”, aseguró.
Al ofrecer la plática Más rápido que la luz, dentro de las charlas virtuales de divulgación del ICN, el académico universitario abordó nociones generales de la relatividad, como la que señala que el concepto se refiere al hecho de que el desplazamiento siempre “es relativo” a algo. “No hay movimiento absoluto en el Universo, así como tampoco hay reposo absoluto”, sentenció.
Sobre la curvatura del espacio-tiempo, detalló que el principio de equivalencia implica que las trayectorias de los objetos en un campo gravitacional son independientes de la naturaleza del objeto. Es decir, son una propiedad del “espacio”. “Éste y el tiempo no son absolutos. La geometría del espacio y el ritmo al que fluye el tiempo se alteran por la presencia de grandes concentraciones de energía. El espacio-tiempo es curvo”, afirmó.
Si aceptamos que la geometría del espacio-tiempo puede alterarse, es posible pensar en varias maneras de viajar más rápido que la luz, apuntó.
Una forma de lograr esto consiste en crear un túnel que conecte dos regiones distantes del espacio. Éstos se conocen como “túneles de Einstein-Rosen” o “agujeros de gusano”, y forman un atajo en la estructura del espacio. “Al atravesar el agujero de gusano nos movemos a una distancia pequeña, pero nos encontramos de repente muy lejos”, explicó.
Otra idea de cómo viajar más rápido que la luz es la “propulsión por distorsión” o “propulsión warp”, sugerida por el propio Alcubierre Moya en 1994.
Se trata de un modelo matemático que propone la posibilidad de un viaje a mayor velocidad que la luz al crearse una burbuja de deformación plana dentro de la cual se situaría estacionariamente una nave; detrás de la nave el espacio-tiempo sería deformado extendiéndolo, mientras que por la contraparte delante del equipo el espacio-tiempo sería contraído poniendo así el punto de destino mucho más cerca. En tanto que “detrás” de la nave el espacio-tiempo quedaría expandido, “empujado”, hacia atrás a gran cantidad de años luz. Todo esto sin que el espacio y el tiempo dentro de la burbuja de deformación plana en que se hallaría la nave cambiaran notoriamente.
El físico explicó que, con su método, la nave no se mueve “a través del espacio”, sino que lo hace “con” el espacio mismo, de una forma análoga a las bandas móviles de los aeropuertos.
La idea básica de la “propulsión warp”, explicó, es crear una expansión local del espacio detrás de una nave espacial, y una contracción opuesta frente a ella. La nave estaría dentro de una “burbuja” de espacio-tiempo plano y no sentiría ninguna aceleración, detalló.
El científico reconoció que ambas formas de viajar más rápido que la luz (agujeros de gusano y propulsión warp) tienen un grave inconveniente: requieren para su funcionamiento de la existencia de “energía negativa” (antigravedad); es decir, una fuerza de gravedad repulsiva en lugar de atractiva.
“Nunca se ha detectado la antigravedad en la naturaleza, aunque hasta donde sabemos las leyes de la física no la prohíben”, concluyó.